lunes, 9 de mayo de 2011

“Aquí la gente hace cosas por amor”.

Hace exactos 30 años, Boy Olmi y Solita Silveyra compartieron escena por primera vez. “Él fue mi príncipe”, recuerda ella, refiriéndose a La Cenicienta. “Fue en 1981, en Canal 7, en un especial que dirigió Hugo Midón”, precisa él. Desde entonces no habían vuelto a trabajar juntos. El reencuentro lo marcó Espejos circulares, la obra escrita por Annie Baker, aclamada en el off-Broadway, que acaba de estrenarse en el Paseo La Plaza bajo la dirección de Javier Daulte.

La comedia, donde también actúan Jorge Suárez, Andrea Pietra y Victoria Almeida, cuenta la historia de un taller de teatro armado por Susi, el personaje de Solita, en un centro vecinal que podría estar ubicado en cualquier punto del Conurbano Bonaerense. En ese ámbito, los cinco, incluida la profesora, comparten una experiencia que más allá de alentar sus talentos artísticos, los lleva a enfrentar sus miedos y desterrar sus secretos. En seis semanas, unas –en apariencia simples clases de actuación– terminan transformándolos.
“Después de aquella lejanísima experiencia tan olvidada, reencontrarnos fue delicioso”, subraya Olmi. Y, como aquella vez, vuelven a ser pareja. Para definir la relación entre Susi y Jorge, se genera un intercambio de saberes conyugales entre los actores a partir de lo que cada uno reconoce en su propio haber. Pero sus balances tienen resultados opuestos: “Él sabe más de matrimonio que yo”, destaca Silveyra. “No, no sé”, se ataja Olmi. Y entre risas ella asume: “Es que yo no sé nada y ¡vos tenés 20 años de pareja!”, dice sobre su reciente soltería, tras su separación de Chacho Álvarez este verano y marca así el contrapunto con la historia que Boy tiene junto a Carola Reyna.
“Lo que sí sé es que el matrimonio es un misterio”, define él. “Lo particular que hubo en este trabajo es el modo en que se constituyó esta obra: no hablamos sino que accionamos para que se den las cosas. Hemos hablado poco de este matrimonio y, sin embargo, hemos constituido una pareja.”

–Pero entonces, ¿cómo definen la relación entre Susi y Jorge?
BO: –Es un matrimonio que tiene mucho amor, muchos años de historia y mucho conflicto. Lo que se ve entre Solita y yo es un vínculo de un matrimonio con años de pasión y de desgaste, hay amor pero también hay dolor.
SS: –Él es un cabrón.
BO: (Risas) –Soy un cabrón. Bueno, Jorge lo es. Se queja todo el tiempo. Hay aspectos que la obra revela de uno y de otro hasta que estalla cierto conflicto y empiezan a decirse cosas que no antes no se decían.
SS: –El conflicto aparece cuando aparece el teatro, hay un poco de esta relación entre el teatro y el psicoanálisis. Nos sirve a los dos también de terapia, para darnos cuenta de dónde estamos parados como pareja.
–¿En la vida real reconocen al teatro como una actividad terapéutica?
BO: –El ejercicio del teatro es terapéutico en la medida en que es liberador y organizador de pensamiento. Los griegos acuñaron la catarsis varios siglos antes de Cristo, suponiendo que tanto el que lo hace como el que lo ve sufre una transformación: hay algo que te modifica y te hace crecer. Yo creo que a nosotros nos pasa: procesando estas neurosis, violencias y pasiones, salimos modificados. Nos hace muy bien hacer esto, no sé hasta qué punto es terapéutico.
SS: –Para mí lo ha sido, absolutamente. Me ha hecho mucho bien. Nunca me voy a olvidar el ensayo del monólogo con Javier (Daulte), una escena en donde hablo de mi madre, de mi abuela y mi padre. Probamos distintas cosas porque tengo una tendencia a aniñarme en todo y trabajé eso, porque no quería aniñarme y en un momento él me dijo: “Muy bien lo que trabajamos hoy. Yo veo a tu padre y a tu abuela, pero a tu madre no la veo.” Como ejemplo de lo que me ha movilizado este trabajo, te cuento que mi mamá se suicidó y creí que tenía ya todo superado… La hago corta: luego de ese ensayo, en el nuevo departamento donde vivo, puse fotos de ella en todos lados.
Daulte definió que Espejos circulares trata de gente que se enamora de una actividad, sea cual fuera, puede ser el teatro, pero también la música o la cocina. ¿Coinciden con él?
SS: –Sí, es hermoso lo que dice, porque no necesitás ser la Callas para amar lo que hacés. De golpe una cantante de barrio tiene exactamente la misma mística que una profesional consagrada. Esta obra muestra a personajes con mística, que creen en lo que hacen y eso no tiene que ver sólo con la actuación. Susi está profundamente enamorada de su rol de profesora y aunque no sea Pina Bausch, ella cree que hace lo mejor.
–No importa tanto el talento…
SS: –Claro, no es el mayor o menor talento, sino la intensidad con lo que desarrollás la actividad a la que te dediques.
¿Se puede disociar la intensidad del talento que uno puede llegar a alcanzar?
BO: –Sí.
SS: –No.
–Para ambos: ¿por qué?
BO: –Por ahí respondimos distinto porque no entendimos igual la pregunta. La Argentina es un país lleno de gente que hace las cosas por amor, que hace las cosas sin necesidad de una devolución económica o de un éxito. Hay mucho teatro off, grupo de danza y de poesía. El movimiento cultural argentino es de una intensidad y de una vastedad que tiene que ver justamente con que aquí las cosas no se hacen especulando con el resultado, sino que hay una necesidad de hacer.
–Mi pregunta no se refería al éxito comercial, sino al desarrollo de un talento.
BO: –Yo creo que es de igual manera; el que baila en una milonga todas las noches no lo hace porque quiere ser el mejor bailarín de tango, lo hace porque siente la necesidad de bailar y de enrollarse consigo mismo y con su compañera en ese acto mágico que es bailar.
SS: –¡Pero ensaya, eh! (risas) Yo creo que hay una necesidad humana de expresarse y que no siempre se accede a un talento. En esos casos, hay que ver cómo funciona la autocrítica de cada uno. Si me dieran a elegir, yo prefiero que a nadie le funcione la autocrítica y que todos sigan soñando con que son bárbaros en lo que hacen.
Ambos ya son reconocidos por sus carreras. ¿Pesa el concepto que el nombre de cada uno arrastra?
SS: –Yo ya estoy grande; lo único que me importa es que el que se viste y paga una entrada para vernos la pase bien. Cuando uno está convencido de lo que hace, sabe escuchar las críticas y te tomás todo desde otro lado. Si estás convencido, podrán venir los dardos pero uno no deja de ser feliz.
BO: –En el proceso de ensayo logré dejar de imaginar qué pensarán los otros para decir: “Esto es lo que yo creo”, y es lo que el director en el que confío cree y lo que con mis compañeros construyo. Es decir, esto no lo hago por los demás, lo hago por mí y por el convencimiento de que creo en lo que estoy haciendo. Como ocurre en la obra, la consigna es confiar. Cuando Susi dice “escriban un secreto”, lo hacemos, confiamos, más allá de adónde nos lleve todo, pero creemos ciegamente en quien nos conduce en ese momento. Siempre es necesario creer para poder hacer las cosas.
¿Qué les devuelve el espejo cuando se miran?
SS: –Me miro mucho porque tengo mucha luz cenital (risas).
BO: –Me veo crecer externa e internamente muy en paralelo. Veo que la vida va pasando y hago el esfuerzo o intento que el tiempo que pasa no sea en vano. Más allá de que, como me dice Solita, conservo cosas de mi ser niño muy a la vista.
SS: –Porque yo le digo que es un chico, ¡es boy!
BO: –Hay cosas relacionadas con el juego que las he cultivado mucho, pero necesito sentir que estoy evolucionando en algún sentido, que la vida te da este plazo. Hay quienes creen que hay otras oportunidades y otras vidas para ir corrigiendo, pero este acotado plazo que es la vida de uno creo que es un tiempo para evolucionar, para crecer y ensancharse.
SS: –Yo soy una admiradora de Rosa Montero. El otro día leí que decía: “Hay gente que a los 60 se jubila, hay gente que a los 60 se compra la casa en Torre Vieja, y hay gente que a los 60 decide hacer de su vida un paraíso.” Y uno puede preguntarse: “Pero, ¿cómo se construye un paraíso?” Pero, ¿sabés qué? ¡No es tan difícil! Es según cómo se llega, con qué profundidad y con qué ganas, pero se puede. Así que uno se mira al espejo sabiendo que los años pasan y que viene una etapa nueva. Uno dice “llegué a los 60” y parece un abismo, ¡a mí la lectura me está ayudando a superarlo! (risas). Es más: en este momento lo único que me ayuda a superarlo es la lectura.

Fuente:tiempoArgentino

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